Sobre la manada lobuna

Cuenta la leyenda que, en un tiempo remoto, nació un lobo mágico llamado Been. Él sería el primero de muchos, aquellos que acompañarían y guiarían a la alquimista en su travesía. Pero Been no era un lobo común: él fue el revolucionario, Il Primo Lupo, el Hacedor de Caminos.

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   Por su grandeza y legado, su historia merece una canción especial, una que resuene a través del tiempo y los mundos.

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  La historia inicia en una aldea no muy grande en el reino de Lobonia, la Villa de Nuestra Señora Santa María de Leyva; como el nombre era muy largo, todos le llamaban Villa de Leyva.

 

Para esas épocas, el mundo en general estaba plagado de pesadillas, hambrunas por la guerra, vándalos, y muchos humanos dormidos que estaban a merced del demonio que se disfrazaba de regente en cada uno de las regiones principales del planeta de Maleiwa; ¡ese mundo era un pandemonio! Pues todas las criaturas del reino de Tohoní vagaban libres por el mundo.

 

Y en ese mundo nació nuestro lobo.

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   Pero no todo era malo. No. 

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  En realidad habían muchas cosas buenas; entre esas, la aprendiz de bruja y alquimista que estaba destinado a encontrar para convertirla en su protegida.

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  Been no lo recordaba por el velo del olvido que había atravesado en la otra dimensión para poder nacer, pero estaba destinado a encontrar a su protegida, aún cuando su propios caminos terrenales no se cruzaran inicialmente. Él debía emprender su propio viaje del héroe para poder encontrarla, así que, sin saber muy bien a dónde iba o para qué, lo inició.

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  Despertó rodeado de muchos lobos; al ser lobos mágicos, él y sus hermanos tenían una contextura más grande que la de los lobos normales, y por eso sus cuidadores se asustaron, decidiendo así, ir al mercado de la aldea para ver si lograban encontrarles un nuevo hogar antes de que crecieran lo suficiente para asustar a cualquiera que quisiera acercárseles, y a ellos no les quedara más remedio que abandonarlos en el bosque. 

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  Casualidades que en realidad son planes tejidos desde el más allá comenzaron a darse, y tras una gran venta de todos sus hermanos en el mercado, él fue el único que quedó; no importó quién se interesó en él, él no eligió ningún hogar y se encargó de alejar a todo aquel que intentó llevárselo. Resignada y preocupada, su cuidadora decidió dejar el mercado, pues allí ya nadie quería comprarle a ese último lobo. Fue entonces que el encuentro afortunado se dio; Been y su cuidadora se encontraron con la que era la mamá de la aprendiz, y a ella sí que la reconoció, y de ella sí que se hizo notar, al punto que ella, sin estar buscándolo, lo encontró.

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  La madre no tenía dinero, pero ese lobo la miraba con tal profundidad y súplica, que no dudó en contactar a su hija, la aprendiz, por medio de un hechizo sencillo.

 

  Le contó lo que pasaba a la hija, y ella, aunque no lo había visto, ni sabía cómo era, rogó que lo comprara; de alguna manera lo reconoció. Estaba tan enamorada del lobo que incluso le dijo a su madre que de su trabajo realizando pociones básicas en el puesto que tenían por la calle principal, tenía 50 Kubéls ahorrados, que ella los daba todos, pero que por favor, no lo dejara ir.

 

  La madre no sabía por qué, pero tampoco quería dejar ir a aquel lobo, así que le pidió a la cuidadora que si podía ir a su casa para que su hija viera al lobo. Ella aceptó, pues estaba desesperada por librarse del pequeño mágico que cargaba escondido entre su morral de cuero gastado, y por eso, al llegar, al sacar al animal y dejarlo en el suelo, negoció con la madre hasta el punto que no le importó cambiarlo por sólo 70 Kubéls; los 20 Kubéls restantes eran los ahorros de la madre, y aunque quedaban sin ningún respaldo económico para el mes, supo que hacía lo correcto.

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  Así se encontraron los caminos de los dos creadores de este taller mágico.